http://dx.doi.org/10.24016/2017.v3n3.78

ARTÍCULOS ORIGINALES

 

 

La unidad analítica de la personalidad: ¿repertorios conductuales básicos o estilos interactivos?

 

The analytical unity of personality: basic behavioral repertoires or interactive styles?

 

 

William Montgomery Urday 1 *

 

1 Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Perú.

* Correspondencia: avidolector@yahoo.es

 

Recibido: 21 de junio de 2017
Revisado:
30 de noviembre de 2017
Aceptado:
19 de diciembre de 2017
Publicado Online: 19 de diciembre de 2017

 

CITARLO COMO:

Montgomery, W. (2017). La unidad analítica de la personalidad: ¿repertorios conductuales básicos o estilos interactivos?. Interacciones, 3(3) , 151-159. doi: 10.24016/2017.v3n3.78

 


RESUMEN

Como opciones alternativas al uso tradicional de los rasgos, se reseñan las propuestas de unidad de análisis de la personalidad ofrecidas por dos aproximaciones conductuales seleccionadas teniendo en cuenta su pertinencia y vigencia: la de los “repertorios conductuales básicos”, y la de los “estilos interactivos”, valorándolas cuantitativamente en función de sus respectivos grados de conformidad con pautas de utilidad teórica y práctica (si generan investigación, si son refutables, si organizan los datos, si sirven como guía, si tienen coherencia interna y son sencillas). Se concluye que ambas propuestas tienen un buen sustento, con ligera ventaja (por su mayor simplicidad) para los repertorios conductuales básicos.

PALABRAS CLAVE

Rasgos de personalidad; repertorios conductuales básicos; estilos interactivos; conductismo psicológico; interconductismo; teoría de la conducta.

ABSTRACT

As alternative options to the traditional use of the traits, the proposals of unity of analysis of the personality offered by two behavioral approaches selected taking into account their pertinence and validity are mentioned: that of the "basic behavioral repertoires", and that of the "interactive styles", quantitatively evaluating them according to their respective degrees of conformity with guidelines of theoretical and practical utility (if they generate research, if they are refutable, if they organize the data, if they serve as a guide, if they have internal coherence and are simple). It is concluded that both proposals have a good livelihood, with a slight advantage (for its greater simplicity) for the basic behavioral repertoires.

KEY WORDS

Personality traits; basic behavioral repertoires; interactive styles; psychological behaviorism; interbehaviorism; behavior theory.


 

La proliferación de teorías, conceptos y métodos divergentes en la psicología de la personalidad hace de este campo un caos; como lo hacía notar Alfredo Fierro (1986) en su ya memorable análisis del tema. En este variopinto panorama, no es del dominio común el hecho de que haya varias aproximaciones conductistas al estudio de la personalidad.  Según anota Phelps (2015). En ambientes académicos generalmente se acepta “a regañadientes” que el enfoque skinneriano -aun cuando se erige como una especie de teoría “anti-personalidad” I, es el único referente válido del conductismo en este complejo campo, como consta en la mayoría de los más acreditados textos de introducción a las teorías de la personalidad (Larsen y Buss, 2003/2005; Cervone y Pervin, 2008/2009; Bermúdez, Pérez-García, Ruiz, Sanjuán y Rueda, 2011; Carver y Scheier, 1997/2014; Feist, Feist y Roberts, 2013/2014). A otros autores ligados al conductismo histórico, como Dollard y Miller, Rotter o Bandura, se les rotula como “teóricos del aprendizaje social” o como “cognitivos”; a Eysenck se le suele agrupar con los psicólogos de rasgos; y a aquellos conductistas cuyas teorías explícitamente vinculadas a la personalidad son más recientes normalmente se les ignora (con muy pocas excepciones: Hernández, 2000; Cloninger, 2002/2003; Santacreu, Hernández, Adarraga y Márquez, 2002), como es el caso de Staats, de Ribes y de Köhlemberg.

Como se ve, pues, la atomización de la psicología de la personalidad es un estado general incluso en las variantes conductuales, mas no es un estado saludable para el avance de la disciplina psicológica, porque siendo el núcleo de ésta, llevaría en el peor de los casos a la disolución de las diferencias individuales y en el “mejor” a un eclecticismo inoperante. En este contexto, desde la perspectiva sostenida en este artículo, la primera medida para reorganizar su campo de estudio es elegir una unidad de análisis teórica y operativamente eficaz que proporcione el punto de partida para, fijando bien el objeto examinado, investigarlo adecuadamente y proponer aplicaciones efectivas.

Al respecto, el foco de interés en el presente escrito se centra particularmente en las teorías de Staats (1975/1979; 1996/1997) y Ribes y Sánchez (1990; también Ribes, 2009), en cuanto a la postulación de sus unidades de análisis de la personalidad: respectivamente los repertorios conductuales básicos y los estilos interactivos; teniendo en cuenta que, en cierto modo, ambas “sustituyen” con ventaja a las tradicionales unidades de rasgos en calidad de constructos estructurales. Es bueno recordar que, desde el punto de vista tradicional, sea cual fuere la concepción de “rasgo” que se tenga de acuerdo a la teoría de la personalidad que cada uno acepte como válida, la idea común acerca de ello parece estar en su categoría de unidades estables y permanentes que integran una estructura “interna”. Las variantes conductuales de Staats y Ribes, aunque disienten con el ambientalismo extremo de Skinner, tampoco aceptan ese carácter de “interno” por razones a detallar más adelante.

El caso es que, al discutir sobre la conveniencia de una mejor unidad de análisis de la personalidad en términos conductuales, se debe acudir a un referente de comparación. En este sentido, desde la perspectiva presente se consideran relevantes los lineamientos aportados por  Feist, Feist y Roberts (2013/2014; pp. 6-9) respecto a “qué es lo que hace útil una teoría”, vale decir, 1) si genera investigación, 2) si es refutable, 3) si organiza los datos, 4) si sirve como guía, 5) si tiene coherencia interna y 6) si es sencilla. En su desarrollo los autores citados proponen implícitamente una valoración de 1 a 5 grados de cumplimiento en cada cual de esos lineamientos, lo que constituye una gran ayuda para evaluar teorías, conceptos y métodos provenientes de la psicología de la personalidad; siendo una especie de “instrumento sui generis” no disponible en aproximaciones de otros especialistas en el tema.

Por ello, en una sección posterior se analizan los repertorios conductuales básicos de Staats y los estilos interactivos de Ribes a la luz de tales lineamientos, lo cual hace necesario abundar brevemente sobre cada uno:

El plan de la elaboración de este escrito incluye hacer una breve introducción general de los rasgos como elementos tradicionales de construcción de la personalidad, y luego reseñar las alternativas ofrecidas por las dos aproximaciones conductuales seleccionadas, valorándolas en función de sus respectivos grados de “cumplimiento” en torno a las pautas de Feist et al., enlistadas en el anterior párrafo. Los objetivos incluyen, por un lado, subrayar la conveniencia de sustituir el análisis tradicional de rasgos por unidades que sí delimiten la singularidad de los individuos y eviten la connotación dualista; y, por otro, decidir cuál de las opciones aquí reseñadas mostraría mayor grado de eficacia en el sentido de la valoración antes propuesta.

Los rasgos como elementos de la personalidad

Tradicionalmente, la versión de “rasgos” o peculiaridades diferenciales que definen la forma estable de ser de una persona, se vinculó desde el antiguo concepto de temperamento a la disposición biológica y filogenética con que venía equipada dicha persona. Las disquisiciones acerca del biotipo corporal, de los factores congénitos y de la singular conformación del sistema nervioso constituyeron intentos de desarrollar esa idea, luego refinada a través de los estudios factoriales y factorial-biológicos con mayor influencia del método científico (por ejemplo Eysenck y Eysenck, 1985/1987). Existe una amplia literatura de investigación sobre la tesis de los rasgos considerados como causas internas de la conducta externa (internalismo), no obstante en el lado contrario (situacionismo) se trata de desvirtuar la creencia en la alta correlación entre rasgos y variaciones conductuales simultáneas. Desarrollándose este debate durante cerca de veinte años, surgió una tercera postura: el interaccionismo, al preguntarse cómo se relacionan variables disposicionales —léase rasgos del individuo— con situaciones específicas y corroborar, por un lado, que determinados individuos responden más al impacto de circunstancias particulares, y, por otro lado, que todas las personas responden con grados diferentes de expresividad según el contexto espacio-temporal de su desempeño (Carver y Scheier, 1997/2014) II.

Resulta posible que los rasgos, debido a su utilidad conceptual y práctica, y, sobre todo, por su vinculación al sentido común, continúen siendo constructos claves por mucho tiempo más en la psicología de la personalidad, aun cuando no en su forma original. Contemporáneamente, su definición “oficial” responde a la de “característica perdurable de la personalidad que describe o determina el comportamiento de un individuo en diversas situaciones” (Asociación de Psicología Americana, 2009/2010, p. 427); lo que parece ser  un concepto poco operacional como para fundar sobre él procedimientos de diagnóstico y tratamiento, además de estar teñido por un tinte epistemológicamente dualista. Ciertamente, la clasificación de las personas a partir de un criterio de reactividad y la falta de identificación de la singularidad de cada sujeto hacen difícil la predicción de la conducta (Valle y Rodríguez, 2012). En las teorías conductuales de cuño más reciente (como las mencionadas en la introducción a este artículo) se presentan propuestas que pueden modificar radicalmente su naturaleza, como ya se ha adelantado a través de una revisión anterior del tema (Montgomery, 2005a).

Alternativas conductistas a los rasgos

Sin duda, pese a no hacerlo sistemáticamente, Watson (1924/1972) dio el punto de partida conductista para el estudio de la personalidad como una suma de varios sistemas de hábitos, es decir corrientes de actividades objetivamente visibles III a través de un tiempo suficientemente largo como para mostrar su continuidad. Sin embargo, esa primera noción fue recogida débilmente a lo largo del tiempo por los diferentes neoconductismos, hasta diluirse en el rubro general de “variable interviniente”. El ambientalismo de Skinner (1974/1977) terminó por ignorar el problema, remitiendo las causas del comportamiento únicamente a mecanismos externos al par que apeló a especificaciones poco claras acerca de “la historia de reforzamiento”.

No fue sino hasta la consolidación de lo que Arthur Staats llama “tercera generación conductista” IV que autores insatisfechos con el estado de la cuestión en el ámbito de la personalidad, se propusieron encontrar salidas viables. Uno de ellos fue el mismo Staats (1996/1997) desde su óptica de conductismo psicológico, y, en la consideración del autor del presente artículo, también se encuentra en esa condición Emilio Ribes (2005, 2009) desde el interconductismo. A continuación, se llevarán a cabo reseñas y valoraciones de ambos enfoques no en cuanto a su enfoque teórico total, que sería muy largo de describir (aunque algunas veces será necesario acudir a explicaciones esquemáticas de aquel con el fin de completar información necesaria), para lo cual se remite al lector a Staats 1968/1983; 1975/1979) y a Ribes y López (1985); sino solo respecto a las unidades de análisis de la personalidad que proponen.

Los repertorios conductuales básicos

Desde el conductismo psicológico, el comportamiento se analiza como función de cuatro conjuntos de variables: 1) condiciones ambientales pasadas, que dependen de un aprendizaje acumulativo; 2) condiciones ambientales actuales de estimulación próxima y distal; 3) condiciones biológicas constitucionales y eventuales, y 4) repertorios conductuales básicos (RCBs).

Estos últimos son definidos como grandes constelaciones de habilidades y respuestas aprendidas en tres ámbitos bien delimitados: el cognitivo-lingüístico, el emotivo-motivacional y el motor-sensorial, cada uno con un dominio de eventos distinto (ver figura 1).

 


Figura 1. Sistemas de personalidad en la teoría de Arthur Staats.

 

Ellos se adquieren por moldeamiento en la niñez, disponiendo las condiciones personales y situacionales para actuar de variadas formas en posteriores etapas del desarrollo. Así, la conducta del individuo está determinada y es determinante a la vez, pues los RCBs se comportan como rasgos de personalidad que permiten aprender y responder  emergentemente, en términos de respuestas que interactúan con otras respuestas y estímulos que el mismo individuo puede auto-proporcionarse. En la figura 2 se esquematiza el proceso de interacción entre las cuatro grandes variables: el aprendizaje anterior y presente (E1 y E2), influye en la conformación de los RCBs, los cuales permiten emitir la conducta (C) frente a la situación estímulo presente (E2). Las condiciones organísmicas pasadas y actuales (O1, O2 y O3) median dicho proceso, al facilitarlo u obstruirlo.

 


Figura 2. Esquema funcional representativo de la interacción de las variables implicadas en el de la personalidad (adaptado de Staats, 1996/1997, p. 228).

En este proceso operan principios de interacción  directa e indirecta conducta-conducta (en el primer caso, una respuesta  funciona como causa de otra, y en el segundo un repertorio dispone condiciones para que ocurran otras respuestas); e interacciones conducta-ambiente-conducta, donde una conducta o repertorio afecta el ambiente, y éste a su vez influye a la misma o a otras conductas. De esta manera el propio individuo puede proporcionarse auto-reforzamiento cuando responde.

Ahora es el momento de proceder a valorar la postulación de los RCBs de acuerdo a los puntos exigidos por Feist et al. (2013/2014), antes mencionados.

1) Las unidades propuestas por Staats sí han generado investigación, aunque de manera bastante restringida, exclusivamente dentro de los simpatizantes de su teoría. Por ejemplo, son destacables entre muchos otros los estudios sobre formación de intereses (Staats, Gross, Guay & Carlson, 1973), emociones (Carrillo, Rojo, Collado-Vásquez y Staats, 2007), y control del dolor (Hekmat, Staats & Staats, 2016). Por tanto cabe darle una puntuación, por lo menos, moderada (3).

2) La hipótesis de los RCBs si es refutable, puesto que al ser su base metodológica el análisis experimental se basa en una gran cantidad de datos e investigaciones sobre el comportamiento animal y humano que han dado lugar a especificaciones teóricas con abundante anclaje empírico. Cumple, pues, plenamente con lo esperado a este respecto. Puntuación muy alta (5).

3) Es clara la posibilidad de organizar los datos a partir de la clasificación y ordenamiento de las variables en tres grandes sistemas estructurales: los repertorios cognitivo-lingüístico, emotivo-motivacional y motor-sensorial. Incluso podría decirse, desde la perspectiva formulada aquí, que la estructura de los tres sistemas goza de excepcional potencialidad y heurística para cubrir todos los aspectos de la personalidad y campos alternos (inteligencia, lenguaje, motivación, aplicaciones); así que merece una puntuación muy elevada (5).

4) Los sistemas de RCBs sirven como guía en tanto permiten reconocer problemas más amplios que simples respuestas aisladas y diagnosticarlos mejor, con el fin de prescribir los tratamientos correspondientes. Por ejemplo, según Fernández-Ballesteros y Staats (1993), en el caso de un niño que tiene un bajo rendimiento escolar hay que diferenciar sus conductas problemáticas en clase (como distraibilidad, disrupción o escasa comprensión), del déficit cognitivo-lingüístico que puede ser evaluado en parte mediante una prueba de inteligencia. En otros casos, explicar comportamientos socialmente exitosos como los del tipo “extrovertido estable” resulta más fácil incluyendo análisis de los RCBs implicados y sus componentes verbales, emotivo-motivacionales y motores; ya que, desde esta perspectiva, es evidente que este tipo de sujetos tiene más probabilidades de rodearse de estimulación interpersonal abundante y positiva. Por este potencial, se cumple bien con la exigencia de este apartado (4).

5) Si tiene coherencia interna, desde que la teoría en su conjunto procura definir meticulosamente todos sus términos y coordinar sus conceptos de manera coherente, con significados unívocos y con respaldo empírico. Esto le permite realizar análisis de la personalidad en sus distintos niveles de desarrollo jerárquico que van desde los niveles biológico y de aprendizaje básico hasta el más complejo, y con aportaciones a la motivación, al lenguaje, a la inteligencia y a la psicología clínica utilizando los mismos principios. Puntuación muy elevada (5).

6) Si es sencilla. Utiliza la terminología clásica de las teorías del aprendizaje, que de por sí ya cumple con el “principio de parsimonia” o navaja de Ockham, pero también procura traducirla en términos y conceptos de la psicología tradicional. Alta puntuación (5).

En suma, la postulación de los RCBs como unidades de análisis de la personalidad pasaría aproximadamente con 27 de 30 puntos posibles respecto a las pautas elegidas para evaluarlos (proporción de 0.9).

Los estilos interactivos

El interconductismo kantoriano define el comportamiento no en función de sus interacciones con el ambiente, sino que considera que el comportamiento es la misma interacción. Esto distingue particularmente al enfoque interconductual de otras tendencias conductistas. En este contexto, el campo interactivo es un constructo que viene a sintetizar las interrelaciones entre todos los elementos que participan en un segmento de conducta o contingencia (Ribes y López, 1985; p. 42-48): 1) objetos y eventos de estímulo, 2) variables organísmicas, 3) la función de estímulo-respuesta, 4) variables situacionales, 5) historia interconductual, 6) eventos disposicionales, y 7) medio de contacto (ver tabla 1).

 

Tabla 1
Factores que integran el campo interactivo y sus descripciones (basado en Ribes y López, Montgomery, 2005b; p. 55).

 

Dentro de ese sistema de interacciones (representado por la contingencia  K= [es, o, f: e-r, s, hi, ed, md]) los factores disposicionales son la categoría encargada de dar cuenta de la personalidad, y Ribes y Sánchez (1990) insertan allí el concepto de estilos interactivos indicando que son tendencias a comportarse estable y consistentemente de cierta forma en ciertas situaciones. Como tales no constituyen variables “internas” ni “externas”, sino propiedades identificables y medibles de la interacción total en tanto probabilizan la emisión de respuestas individuales ante determinados entornos, en el marco de una correspondencia funcional o afectación recíproca entre ambos. Por tanto, según sea la relación de contingencia que predomine, la frecuencia de un desempeño individual variará; como sucede, por ejemplo, en las relaciones de tipo operante.

En esta línea, un estilo interactivo individual puede tomar formas relacionadas con varios arreglos contingenciales: toma de decisiones, tolerancia a la ambigüedad, tolerancia a la frustración, logro, persistencia, tendencia a la transgresión, tendencia al riesgo, dependencia de señales,  reducción de conflicto, etcétera (Santacreu y cols., 2002; Ribes, 2009). Todas ellas constituyen modos idiosincrásicos de conducirse configurados históricamente, por lo que pueden predecirse en cada individuo previo análisis contingencial, disponiendo condiciones  “abiertas” y “socialmente neutras” en las cuales no haya posibles respuestas más reforzadas que otras (o sea, sin criterio de ejecución “correcta o “incorrecta”) ni impliquen la conducta de otra persona.

A manera de ejemplo, el estilo interactivo de tendencia al riesgo es definido como una “opción por contingencias señaladas con probabilidades reales o aparentes de consecuencias de mayor valor y/o pérdida contingente asociadas, ante contingencias alternativas de constancia relativa” (Ribes y Sánchez, 1990; p. 244). Para evaluarlo experimentalmente (lo mismo que a otros estilos), se requiere plantear situaciones en las que no esté encubierto por competencias (ligadas a criterios de logro), ni motivos (ligados a estados de interés o desinterés), sino que se exprese fluidamente como una tendencia “libre” e invariante propia de cada individuo. Ello porque, en contraposición al estilo interactivo, las competencias y motivos son tendencias disposicionales cambiantes, en tanto dependen de (y son reguladas por) circunstancias momentáneas. Así, en los estudios sobre tendencia al riesgo se han utilizado pruebas no evaluativas, como apostar a los dados (Santé y  Santacreu, 2001) y a resultados de carreras de caballos (Ribes, 2009).

Habiendo descrito sucintamente el enfoque de estilos interactivos, solo queda volver a la evaluación de seis puntos propuesta por Feist et al. (2013/2014) para confrontarla, ahora, con la de Ribes.

1) Las unidades propuestas por Ribes han generado una relativa cantidad de investigación, al principio, sobre todo, en torno a los estilos interactivos de riesgo, de persistencia y de perseverancia (Doval, Viladrich y Riba, 1999; Santé y Santacreu, 2001; Hernández, García-Leal, Rubio y Santacreu,  2004; Contreras, 2005; Ribes, 2009). Luego han habido otras iniciativas, principalmente desde estudios culminantes de posgrado (Fuentes, 2011, sobre  la tolerancia  a  la  ambigüedad; Lozano, Hernández  y  Santacreu, 2010,  sobre  la minuciosidad; Peralta, 2014, sobre la frustración; Valle, 2015, sobre la curiosidad), pero su impacto parece relevante solo dentro de una comunidad relativamente pequeña. En todo caso, posee el mérito de ser una tendencia experimental emergente, de modo que merece una puntuación moderada (3).

2) La hipótesis de los estilos interactivos sí es refutable, dado que se atiene a datos experimentalmente sometidos a contrastación empírica. Ello le da una puntuación muy alta (5).

3) La posibilidad de organizar los datos tiene un buen sustento gracias al análisis paramétrico, que clasifica los eventos bajo estudio dentro de una taxonomía contingencial de cinco niveles (contextual, suplementario, selector, sustitutivo referencial y no referencial), la cual sirve de estructura general para reunir e interpretar datos. Muy alta puntuación (5).

4) Los estilos interactivos procuran servir como guía para la evaluación de la personalidad (consistencias interactivas) del individuo con base en la propuesta del análisis contingencial, un procedimiento alternativo a la opción clínica tradicional que incluye indagaciones sobre la génesis de una conducta problema, explicando o sintetizando las condiciones disposicionales ante circunstancias en las cuales se produce y planificando pruebas de performance para medirlas y vincularlas con otras. Por ejemplo, la tendencia al riesgo podría correlacionarse con índices del Patrón de Conducta Tipo A. Sin embargo, aun falta mayor evidencia de su ejecutoria al respecto. Puntuación alta (4).

5) Sí tiene coherencia interna, puesto que obedece a un entramado teórico en el cual se especifica claramente cómo los fenómenos básicos se vinculan con la identificación de las transiciones que posibilitan patrones emergentes de conducta, y además el enfoque en su conjunto procura definir meticulosamente todos sus términos y conceptos de manera unívoca (Martínez y Moreno, 1994). No está clara todavía la cuestión de su coherencia externa, porque aun se encuentra en etapa de consolidación. Puntuación alta (4).

6) En cuanto al tema de la sencillez, el análisis interconductual utiliza una terminología casi totalmente ajena a la teoría conductual clásica y de la personalidad, siendo indudablemente una jerga técnica de difícil comprensión incluso para muchos de sus propios seguidores. Sin embargo cabe manifestar que, para efectos del complejo paradigma científico-interactivo al que responde, se puede aceptar la tesis de que es un lenguaje indispensable. Puntuación moderada (3).

En suma el índice de puntuación final alcanza 24 sobre 30 puntos posibles, lo que da una proporción de 0.8.

 

CONCLUSIONES

Aquí se han puntualizado algunas deficiencias de la perspectiva tradicional de los rasgos como unidades analíticas de la personalidad. En resumen, por ser su concepción demasiado vaga y reactiva, e incapaz de delimitar la singularidad de los individuos, además de tener una connotación dualista.

Frente a ese panorama, dos aproximaciones conductistas no skinnerianas presentan sus respectivas alternativas para sustituir a los rasgos: el conductismo psicológico propone los “repertorios básicos conductuales” y el interconductismo propone los “estilos interactivos”; acudiendo ambas formulaciones a la descripción sistemática y funcional de sus unidades de análisis en el intento no solo de conseguir resultados útiles, sino de generar conocimiento científico.

Con el fin de juzgar conceptualmente en qué medida estas propuestas son adecuadas, se utilizaron los seis criterios de cinco grados cada uno aportados por Feist et al. (2013/2014) para valorar la utilidad de las teorías. Al final de las confrontaciones con tales pautas, la propuesta de los repertorios conductuales básicos consiguió una proporción de 27/30 (0.9) y la de los estilos interactivos una de 24/30 (0.8), lo cual resulta una diferencia muy pequeña. Por lo tanto, cabe decir que ambos enfoques son potencialmente eficientes respecto a lo que se está midiendo. Por lo tanto, frente a la potencial pregunta: “¿cuál de las dos perspectivas es la más conveniente para aproximarse al estudio de la personalidad?”, no hay una respuesta clara. Ambas poseen los méritos suficientes para ello.

De cualquier manera, a la luz de lo visto en la comparación, la corta diferencia a favor del enfoque de Staats se atribuye sobre todo a la mayor sencillez de su formulación y jerga técnica, lo que suscita la cuestión acerca de si sería posible redactar la tesis interconductual de los estilos interactivos en lenguaje más accesible. La versión española del interconductismo parece haberlo entendido así, como se puede ver en la concepción de las variables disposicionales como síntesis de la historia de aprendizaje articulada por Santacreu et al. (2002) y Santacreu (2005). Es más, en dicha versión parece notarse implícitamente una especie de conciliación parcial entre ambas tendencias: la de Staats y la de Ribes, más allá de las jergas técnicas que dichas alternativas utilizan (ver Santacreu y Froján, subido el 2015). Al margen del impacto general que actualmente tienen y de su convergencia mutua o falta de ella, es de esperar que estas aproximaciones sigan produciendo.

 

CONFLICTO DE INTERÉS

El autor expresa que no presenta conflictos de interés al redactar el manuscrito.

 

NOTAS AL PIE DE PAGINA

I Sin embargo, cabe señalar que recientemente, desde la perspectiva skinneriana, autores vinculados a la llamada “tercera generación” de la terapia conductual intentan revitalizar la vision positiva de la personalidad en este enfoque recogiendo un análisis matricial de Skinner (1986/1991), indicando que la experiencia del “Yo” puede entenderse identificando los estímulos relevantes que evocan sus autorreferencias verbales (Köhlemberg, 2001; Luciano, Gómez y Valdivia, 2002; Köhlemberg y Tsai, 2001/2008). Las formas habladas conocidas como “tactos” en la jerga de Skinner: formas evocadas por estímulos anteriores gracias a un proceso de aprendizaje. Este proceso incluye desde la adquisición progresiva de unidades funcionales pequeñas (fonemas, palabras) hasta las más grandes (frases u oraciones), que permiten, con el tiempo, describir experiencias públicas y privadas en contextos diversos. Dentro de estas últimas se ubica la experiencia del Yo como relación entre el sí mismo y el ambiente, la cual facilita el surgimiento del autocontrol.

II Esta aseveración hace decir a algunos que existe un “rasgo único” básico y fundamental (la extraversion-intraversión), para variar, con un fuerte substrato biológico (Amigó, 2005).

III Entre otros, hábitos de recreación, de prácticas morales, sociales, aritméticas; etcétera.

IV Según Staats, la primera generación conductista es la de Watson, Pavlov y Thordnike sentando las bases del paradigma; la segunda generación es la de Hull, Tolman, Guthrie y Skinner, avanzando en la postulación de principios y leyes mediante hallazgos experimentales; y la tercera es la que actualmente está en función, aplicando esos principios y leyes a la conducta humana.

 

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